LA ESCALERA
La joven dobló la esquina y se encontró pisando los escombros de la antigua vivienda. Estornudó. Demasiado polvo. Tantos recuerdos olvidados... Historias perdidas que nunca nadie conocería se escondían en aquellos ladrillos rotos.
Siguió avanzando y deslizó dos dedos por el pomo de la puerta de la oxidada verja y la abrió suavemente, oyendo el lamento de las bisagras... O de lo que quedaba de ellas. Aquel era el único lugar donde se sentía segura. Era suyo y nadie podría arrebatárselo pues nadie más conocía la manera de llegar a aquel extraño lugar. Podía notarse que antaño había sido hermoso, sin embargo, no habría tenido la extraña belleza sobrenatural de la que ahora gozaba el derruido edificio.
Sonrió, cruzó el salvaje y descuidado jardín delantero y entró en la casa. Sí, estaba oscuro, pero de alguna manera la oscuridad, la tenue luz de la luna creciente y el apagado canto de los grillos la arrullaba como ninguna canción de cuna lo había hecho jamás.
Pronto sus ojos se acostumbraron a la oscuridad y logró encontrar las escaleras de vieja y desgastada madera que la invitaban a subir al piso de arriba, su lugar favorito del edificio. Tocó suavemente el pasamanos y se dejó guiar por él.
Sus pasos resonaban y producían un leve eco, el sonido la reconfortó y prosiguió subiendo hasta que pudo ver el final de la escalera. Esbozó una sonrisa melancólica al recordar cómo en su primera vez, se había cansado antes de llegar al final y dio media vuelta. Siempre estaba a punto de rendirse justo antes de conseguir su objetivo. Ella lo sabía y dio un último impulso, quizás el más complicado por el cansancio acumulado de subir los escalones, pero, sin duda, era el paso que más determinación conllevaba.
Al llegar al final de la escalera, observó el bello paisaje. El techo de la vivienda se había derruido por completo y tenía unas vistas espectaculares al cielo nocturno. No pudo contener las lágrimas de emoción. Siempre le pasaba lo mismo, era tan hermoso... Se regocijó un rato de las vistas, ni siquiera ella fue consciente de cuánto estuvo deleitándose con aquel cielo estrellado, y terminó sentándose en el suelo. Sólo sonrió y susurró, no para nadie más, sino para sí misma.
— Lo logré.
Nereida Pérez, 20210726